Otxis
 
El de corazón y ojos de fuego

 
    Otxis. De nombre, Otxis. Es, según las versiones más antiguas que se han podido conservar, el legendario habitante de una de las dos poblaciones vecinas de la remota región de la Airebi sudoriental, a las que Néib y Lam, divinidades de la fortuna y de la adversidad respectivamente, brindaron la oportunidad de verse, la una para siempre favorecida y la otra, por el contrario, para siempre también a merced del azar, en virtud de las respuestas que pudieran dar a la trama urdida por ambos dioses en una tregua provisional de neutralidad, consistente en averiguar cuál de los dos pueblos conseguiría convocar más gentío extramuros, en un día concreto y en un punto fronterizo entre los dominios terrenales de Néib y Lam, como prueba de su confianza y fidelidad.
 
    Todo ello, sin menoscabo de la maliciosa curiosidad adicional de poder así conocer el grado de aceptación que entre aquellas gentes había de la profunda sabiduría contenida en la muy prudente advertencia del sabio de que “Si apuestas por los dioses y no existen, no pierdes nada; pero si apuestas contra los dioses y existen, lo pierdes todo”
   
   
A tal efecto, fueron convocados Otxis y Eidan en representación de sus respectivos pueblos para serles encomendada la nobilísima misión expresa de hacer de mediadores y conseguir convencer y conducir a la población.
 
    Sólo Otxis, el de corazón y ojos de fuego, erudito en quimeras y pasión, persuadido, consiguió convencer con preclara paciencia y volcánica fe que se dejara conducir un gran número de personas dispuestas a ser dirigidas, acudiendo al punto previsto, lo que agradó grandemente a los ojos de quienes, en recompensa, otorgaron a aquel pueblo, para que jamás se perdiera, una estrella con que poder orientarse y un horizonte donde poder mirar.
 
    Sin embargo, Eidan, el de corazón y ojos de hielo, experto en defenderse de la improductiva inutilidad, convencido del escaso valor, pronto olvidó su cometido y los habitantes de su pueblo no acudieron a la concentración por no tener a nadie a quien seguir. Siendo abandonados a partir de ese momento a su propia suerte.
 
    La utilización de la presente leyenda que pretende ser, más que una muestra retórica, una sugerencia metafórica acerca del binomio individualidad/colectividad ha sido suscitada por la empresa que está intentando llevar a cabo en esta ciudad uno de esos excepcionales ciudadanos con que, en cada centuria, el enigmático devenir acostumbra a obsequiar, como un designio predestinado, a la población.
 
    Este patriarcal Abraracurcix que no parece un ser desapasionado, de probadísimas dotes en la práctica de fundamentalismo ilicitano para el que, por lo visto, eso de tener que subordinar lo deseable a lo posible es algo más que una contrariedad, parece querer intervenir como movido por preocupaciones mesiánicas de sinceridad fanática en los destinos de la colectividad a la que pertenece, practicando la ilusión y el ideal casi hasta la inmadurez. Entendiendo ésta como la incapacidad que tiene de incluirse en el grupo mayoritario de personas que aceptan el mundo como es si él entiende que éste está siendo de manera diferente a como debería ser. Tanta es su necesidad de soñar.
 
    Y si, como se ha dicho, los mitos son los sueños de los pueblos, un pueblo con historia no puede estar privado de capacidad de soñar.
 
    Sí, los pueblos tienen sus sueños, que casi siempre suelen coincidir con sus deseos. Pero otros pueblos tienen sus decepciones, que casi siempre suelen coincidir con la desgana, el escepticismo y la insolidaridad.
 
    Los primeros suelen ser más antiguos y, por tanto, tienen menos dificultad para recordar que facilidad para olvidar. Los segundos, no.
 
    Los primeros, porque acumulan en la misma tierra, uno a uno, a sus muertos de generaciones y generaciones, conocen la profundidad de sus raíces. Los segundos, necesariamente, no.
 
    Los primeros, porque han conocido los distintos asentamientos que, a manera de estratos arqueológicos, constituyen la memoria histórica de su realidad actual no practican la exclusión. Ni por razones de defensa injustificada del colectivo, ni por otras más discutibles de la individualidad. Los segundos, sí.
 
    Es por todo ello que de los primeros sería ilógico que no surgieran hombres respetuosos con el pasado, comprometidos con el presente y bienintencionados con un porvenir que, lo saben, no les pertenece en solitario porque no sería posible y, sobre todo, porque lo quieren compartir.
 
    En contraste con la desarraigada individualidad que, como Eidan, actúa en solitario despreciando el viaje común. Pero su mayor penitencia consiste en la inexorabilidad de que, como individuo inserto en el colectivo, la consecución de los destinos nefastos de un pueblo, le incluyen. La consecución de los destinos propicios de un pueblo, también...